Invisibles y olvidados (Alpha Pam)
Alpha Pam, 28 años, Senegal, ocho
años en España, es una bandera contra los recortes. Muerto ensangrentado en una
escalera de su casa comunal de Santa Margalida, tuberculoso ignorado, marginado
en la sanidad oficial, menos por los médicos solidarios del ambulatorio de Can
Picafort y periodistas de creencias.
Sin papeles, pero con Facebook, Alpha Pam será una
referencia por vindicar la dignidad, un caso con causa. Los graves dramas
suelen digerirse en soledad, se cocinan en su miedo. Las víctimas protagonistas
son secundarias para el relato de una autoridad extendida en desmesura, por
encima de los detalles y, quizá, determinados sentimientos humanos.
Los sin nombre, solitarios, indigentes, desahuciados, en los
márgenes la sociedad, mueren inanes, solos en las esquinas de sus chabolas, en
sus pisos, sin familia ni noticia que explique quién era y qué fue de ellos,
más allá de las anécdotas amarillas.
En la cola del supermercado una mujer mayor abre casi en
secreto el puño donde oculta, con dignidad, el tesoro diario de su miseria, dos
euros y medio, en monedas pequeñas. Muestra la mano a la cajera que echa
cuentas y aparta de su compra la mitad del menú básico que esa ciudadana
eligió.
Ambas no se cruzan palabra porque la situación es habitual.
La escena se repite: gente que ha de renunciar a parte de su bolsa de
alimentación, tras lentos paseos entre estantes, mirando precios y calculando
el ahorro, buscando la oferta y la marca blanca que invade el paisaje del
consumo. Nunca hasta ahora fueron tan visibles los precios y la apología de las
baraturas.
En la máquina registradora del súper invitan al consumidor a
la operación kilo de solidaridad. Entre la publicidad de tarjetas y cestas anti
plástico, hay notas de gente que se ofrecen para cuidar mayores, jornaleras,
apaños o clases de repaso. Otros intercambian horas de su oficio por otra
prestación. Es la economía de trueque, sin dinero.
En la puerta de la tienda, en la nube caliente que suelta la
maquinaria frigorífica, un hombre de una edad indeterminada por su derrota y la
mirada dolorida susurra, coloca la mano entreabierta, untuosa, curtida por el
sol y el frío. Es quien duerme en la entrada de la caja de ahorros. Antes de
tumbarse sobre dos cartones hurga en los desechos comestibles de la basura del
gran colmado.
Las escenas de esa realidad urbana y periférica, son algunas
de las arrugas del cuerpo olvidado de la crudeza que la crisis-tsunami se
esparce en miles de puntos.
Existe la miseria como una herida abierta sobre las
conciencias de quienes mandan, recortan y tanto poseen. Pero casi nada
modificará el estado de desamparo humano, la condena de los que fracasan,
atrapados por el entorno que no pueden controlar desde que se dictó la
desmesura.
En el vértigo del ascenso y la
bonanza nadie meditó sobre qué había alrededor, qué pasaría con aquellos que no
podían seguir el paso y caían del tren de la normalidad. Los presupuestos sin
freno de infraestructuras megalómanas (multitud) aplastaron a un tercio de la
población ahora encadenado a la pobreza, a un destino que no pudo elegir.
El panorama se sedimenta con apisonadoras. Las clases quedan
identificadas por su posición, en la nata evanescente de la frivolidad o en el
polvo subalterno que nadie quiere ver. Asalariados, pensionistas, parados
protegidos, van quedando desconectados del paraíso del Estado de bienestar.
Sueldos recortados, pagas extras esfumadas, prestaciones
habituales podadas en sanidad, medicamentos más caros, educación sin
profesores, menos transportes. Vacío en los servicios sociales. Y la cultura,
que es el placer y las emociones de la inteligencia, resulta el primer bien
social que el poder desecha.
Esos días, a veces, la muerte de los miserables se despeña
en las portadas de los diarios o queda sepultada en la explosión criminal de
los sucesos. Alpha Pam, por ejemplo, será ejemplo en la memoria inevitable.
Recordará la decisión de excluir al miserable, diferente, al veto en los
servicios asistenciales universales.
OPINIÓN PERSONAL.
No hay mucho más que decir. España se está convirtiendo en
un país injusto.
Gente que vive muy bien y otros que no tienen ni para comer.
Unos que roban mucho y no van a la cárcel y otros que roban
para comprar leche o pañales y son condenados.
Se pierden derechos cada día. En sanidad, en educación, en
trabajo, en bienestar…..
No sé qué futuro nos espera.
Alvaro Santero.
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